Por Eduard Casas i Bertet. Educador Social.
Antaño, cuando los hechos demostraban la corrupción, había ciertas consecuencias: judiciales, económicas, políticas, mediáticas, de prestigio, laborales, etc. Hoy en día ya no. Quizás antes, cuando había corrupción era más localizada y los corruptos quedaban en evidencia ante el resto del mundo y eso la hacía intolerable.
Hoy en día, lo hemos visto claro en el caso de la pandemia. Los responsables son impermeables a todos los estudios, muchos de ellos revisados por pares, como el del cardiólogo Asseem Malhotra sobre seguridad de las vacunas ARN que concluye con la necesidad de la suspensión fulminante de las mismas.
O los expertos que denuncian públicamente, por ejemplo el Dr. Joan Ramon Laporte, en nada menos que la Comisión sobre las inoculaciones génicas experimentales del Congreso de los Diputados – “posiblemente descubramos que mueren más niños por las inoculaciones que por la Covid19”. Casi nada.
O las escandalosas cifras de muertes y efectos secundarios, por ejemplo el director médico del 061, como apuntaba recientemente la periodista balear Sabina Vidal Ferrer, que habían crecido un 11% los ictus, un 20% los infartos y un 65% las muertes súbitas respecto a ejercicios anteriores. Evitando decir que en ejercicios anteriores no hubo la inoculación.
O las escandalosas cifras que pagan las farmacéuticas a las instituciones médicas, facultativos y centros educativos médicos, como apuntaba Marta Domènech en su artículo “Premios, donaciones y conflictos de interés”. Que además formaban parte de las comisiones que asesoraban a los gobernantes.
O finalmente, por no extenderme más en la infinidad de corrupciones, el descubrimiento de que el pasaporte Covid, no fue por salud, ya que sus mismos expertos no le veían sentido, sino como un método de coacción para que la gente se pinchara.
Nada, cero patatero. Ni una norma, ni un decreto, ni una ley tumbada por las centenares de denuncias. Solo se han conseguido amparos a nivel individual – un abuelo en una residencia, un niño que uno de los progenitores no quería pincharlo, etc. -. Ellos siguen con su agenda sin pestañear. Ni un imputado, ni una condena.
No hemos encontrado forma humana de canalizar a buen puerto este robo y aberración político científica e industrial.
Ese buen puerto sería la prisión para sus responsables; la reparación económica del daño que han causado a la sociedad; las compensaciones económicas y morales a los muertos y enfermados ciudadanos, los cuales como cual alma de cántaro, ni repararon en que las agencias de seguros clasificaron la muerte por vacunas covid como suicidio; la disolución de todos los partidos que siguieron tamaña corrupción; la destitución de gobiernos implicados; la disolución de medios de comunicación que siguieron, faltando a su profesión, los infames dictados oficiales; o la imputación de todos los médicos y colegios profesionales que sostuvieron la trama en contra de la más básica ética ni ciencia médica; y, finalmente la destitución de todos los jueces y fiscales que avalaron la corrupción en perfecta sintonía –sin atisbo de separación de poderes- con el poder ejecutivo y legislativo.
Es tan descomunal la cuestión que les sale más a cuenta seguir inmutables e impermeables con la mentira. Y el motivo es que es global, cada institución apela a una superior para desresponsabilizarse del abandono de la gente, acabando todo en las abstractas OMS y la ONU. Las cuales están compradas por intereses corporativistas y dirigidas por foros como el de Davos, con intereses geoestratégicos.
En la medida que hallemos – que aún no lo hemos conseguido- saber cómo llevar esa nave a buen puerto, tendremos alguna posibilidad de supervivencia con algo de dignidad. En caso contrario, ¡que Dios nos coja confesados!